Antonio en el ámbito internacional. Por Carmen Roig

ALGUNAS LÍNEAS DE ACTUACIÓN DE ANTONIO VICENTE MOSQUETE A NIVEL INTERNACIONAL

Como ya se ha expresado, nosotros vamos a centrar nuestra exposición en torno a algunos aspectos de la actuación internacional de A.V.M.  Pero antes, permítaseme una disgreción. Hace unos días un joven afiliado soltó una frase que decía, más o menos así: «Yo, como A.V.M., pienso que la ONCE no debe de existir»… Reaccioné de inmediato y pregunté quién le había dicho semejante cosa. Después de considerarlo un momento me soltó esta otra frase: «Bueno, al fin y al cabo, para muchos jóvenes, A.V.M. no es más que el nombre del colegio. Nadie nos ha hablado de él ni nos ha explicado cuáles eran sus líneas de actuación». Esta anécdota me ha hecho meditar mucho. Y me he estado cuestionando el papel que nos corresponde a quienes tuvimos la dicha y el privilegio de trabajar junto a Antonio y aprender de él tantas cosas. Nosotros disfrutamos de una situación de auténtico privilegio en el terreno internacional, trabajando codo con codo junto a él y muchos de los miembros de su equipo, con quienes considerábamos, valorábamos y discutíamos  las estrategias y los fundamentos de las medidas que se tomaban. Y por medio de ese intercambio de opiniones, surgían las ideas, las líneas de actuación, el pensamiento en una palabra, que guiaba su accionar en el campo internacional. Por eso siento la responsabilidad de aportar mi granito de arena en los aspectos que yo viví con respecto a su ideología y al cambio fundamental que experimentaron las relaciones internacionales de la ONCE, durante su mandato. Y hacerlo con una proyección que nos sirva, sino como modelo único, por lo menos como ejemplo, y guía en el presente y en el futuro.  Y ésta no es tarea de una persona, sino de muchas, porque entre todos, tenemos que armar el mosaico dentro del cual encuadrar su pensamiento, su filosofía, su política internacional.

Recuerdo que un día, el propio Antonio me dijo: «yo no soy un hombre de palabras, sino de acción». Y eso es verdad y eso hace más difícil la tarea porque no se trata solamente de estudiar documentos, que suelen ser más objetivos, sino de armar un puzle entre las circunstancias que cada uno ha vivido y las interpretaciones que cada uno pueda hacer de las acciones desarrolladas.   ¿Y para qué y por qué debemos hacerlo? Pues para que A. V. M. no sea pura y simplemente «el nombre del Centro de Recursos Educativos de Madrid…»  Porque si el CRE de Madrid lleva su nombre, no es porque Antonio haya sido guapo, listo y simpático (que las tres cosas también lo fue, por cierto), o porque sus amigos lo quisieran mucho. No. Es porque Antonio nos marcó a todos con sus ideas, su línea política, su humor, su alegría, sus esperanzas, su infatigable quehacer…  Y aunque los documentos escritos no sean muchos, son los suficientes como para extraer esas líneas que permiten sintetizar una actuación coherente y decisiva, a nuestro juicio, dentro de la historia de la ONCE y de España.

En unas declaraciones formuladas para la revista «Horizontes» editada por la Fundación Braille del Uruguay, y refiriéndose al campo internacional, Antonio decía: «desde 1982 decidimos implicarnos más en el movimiento internacional. Y lo decidimos porque estamos convencidos de que algunos problemas de las personas ciegas se pueden resolver mejor en el ámbito de la cooperación internacional». Y más adelante agrega: «Hay muchas personas ciegas de zonas subdesarrolladas que carecen de los servicios básicos y que, por principios de solidaridad, deben ser asistidas por las organizaciones de los países que están en una situación mejor. Estas organizaciones deben transferir un poco de su bienestar y de sus posibilidades a tales personas ciegas.» Aquí ya encontramos dos palabras clave que son como dos pilares en el pensamiento internacional de Antonio: la cooperación y la solidaridad. Y también, de paso una referencia histórica: «decidimos implicarnos más en el movimiento internacional», porque hasta ese momento (o sea 1982), la actividad internacional de la Once estaba bastante relegada.  Aunque esa actitud no fue responsabilidad exclusiva de la ONCE y de las personas ciegas. No. La realidad es mucho más compleja y la política internacional de la institución reflejó, como no podía ser menos, la situación del país. España, durante la época franquista, formuló una política de puertas adentro, de todos conocida. Y, aunque, «volver esa tortilla» no era tarea fácil, ni mucho menos, Antonio y las valiosas personas de las que él supo rodearse, lograron en poco tiempo un cambio espectacular. Para lograrlo, tampoco fue ajeno el llamado «proceso de democratización de la ONCE», al contrario, ése fue el punto de arranque decisivo.

Pero, uno de los puntos clave del éxito alcanzado, se debe, a nuestro juicio, a que Antonio y su equipo, no dejaron nunca las cosas para después. Al contrario. Tenían claro que había que trabajar en todos los frentes, modificar todas las estructuras, cambiar cuanto hiciera falta, ya, hoy mismo. Como se podrá comprender, no resultaba nada fácil, ni cómodo. Al contrario. Pero Antonio atacó todos los frentes a la vez y sin dilación.

Antes de llegar a ser presidente de la ONCE, Antonio tenía muy claras sus ideas y las llevó adelante con una entrega, una capacidad de trabajo y unos resultados propios de un auténtico líder que es lo que fue.  En octubre de 1986, se reúne en Nueva York el Comité Ejecutivo de la Unión Mundial de Ciegos. Antonio asiste a esa reunión con dos propuestas concretas: que España sea la sede de la segunda Asamblea Mundial de dicho organismo, que debía realizarse en 1988, y la de que la ONCE obtenga la Secretaría General del mismo.  No fue tarea fácil. Al contrario. Y entre las claves del éxito para lograr ambas metas, queremos señalar dos que pueden parecer nimias, pero que, sin embargo, fueron importantes: la primera, que el presidente de la ONCE asistiera personalmente y la segunda que hablara inglés…

Para un organismo internacional la sede de una asamblea mundial es tema cuidadosamente estudiado y valorado a la luz, incluso de las futuras candidaturas. Antonio deseaba celebrar en Madrid la II Asamblea de la UMC, entre otros, por dos motivos que él mismo expresó así: «Hasta ahora la ONCE no ha estado implicada en ningún tipo de acontecimiento de esta magnitud. La ONCE solamente organizó la Reunión Quinquenal del ICEVH en 1972 y la Reunión de directores de Imprentas y Bibliotecas en 1978. Me parece que por su importancia, por su volumen y ahora por su empuje, la ONCE está en condiciones de organizar la II Asamblea Mundial en coincidencia con su 50 aniversario».

Ya dijimos que no fue tarea fácil convencer al Comité Ejecutivo, pero además, recuérdese que Antonio apenas llevaba cuatro años al frente de la ONCE y ya comenzaba a lograr objetivos en el campo internacional. Es más, si él se lo hubiera propuesto, habría sido candidato a Presidente de la UMC. Inclusive, varios de los presentes se lo propusimos. Pero él tenía claro que no trabajaba movido por intereses personales y de que aún no había llegado el momento. Entre otras cosas porque le interesaba más promocionar a otros miembros valiosos de su equipo, que promocionarse a sí mismo.

Con respecto a América Latina puedo afirmar categóricamente que, por primera vez los latinoamericanos nos sentimos comprendidos y respaldados por la ONCE. Personalmente veníamos actuando en ese campo desde 1962 y tenemos datos más que suficientes para valorar la actuación de la ONCE y sus dirigentes dentro del área.

Hasta 1982, a la ya señalada política de puertas adentro, se unieron una falta de comprensión de la realidad latinoamericana, un gran paternalismo y un sentimiento de superioridad que hacían casi imposible el dialogo.

Si para muestra basta un botón, queremos recordar aquí la malograda Conferencia Iberoamericana para la Unificación del Sistema Braille, celebrada en Buenos Aires en 1973. El tema principal era la unificación de la notación matemática y científica que se utilizaba de manera diferente tanto en España como en los países latinoamericanos que la aplicaban, cada cual a su manera.   Al abrirse la sesión, comenzaron a exponerse las diferentes notaciones utilizadas y a trazarse las primeras líneas que nos llevaran a esa tan deseada unificación.  Cuando le llegó el turno a España, los representantes de la ONCE señalaron en forma rotunda: «No hemos venido a discutir. Aquí se va a hacer lo que España diga».  Demás está decirles que, en ese mismo momento, la reunión se fue a pique. Los delegados españoles volvieron a su país y cada uno siguió utilizando (e inventándose) la notación matemática y científica, a su leal saber y entender y también al socaire del «orgullo» nacional de cada país.

En 1984 (apenas dos años de asumida su presidencia) le planteamos a Antonio la necesidad de solucionar este problema que se venía arrastrando prácticamente desde los inicios de la utilización del braille. En 1985 se organizó un Seminario en Montevideo para analizar la situación y buscar soluciones. Como consecuencia se trazó un plan conjunto entre la ONCE y la mayoría de los países latinoamericanos que daría como fruto la elaboración del Código Matemático Unificado, en una reunión a celebrar nuevamente en Montevideo en 1987. Lamentablemente Antonio no llegó a ver ese fruto de sus esfuerzos, pero los demás entendimos que debíamos de seguir adelante porque ésa era la mejor manera de homenajearlo. Y allí está el código, que, con sus aciertos y sus defectos, con sus carencias y limitaciones es el que se usa hoy día en toda el área hispanoparlante. En cambio, la ampliación del Código y la estenografía, que fuera alterada por algunos de los acuerdos del 87, aún están esperando ser consideradas…

Pero éste sería un fruto muy menguado si fuese el único.         No fue el único, ni el más importante. Para nosotros lo más importante fue la postura filosófica y la política seguida con América Latina. Y ellas se basaron en ideas fundamentales como el respeto, la consideración, la solidaridad, la cooperación y la democracia.

En 1985 se logra una de las metas más ansiadas por los ciegos latinoamericanos: la creación de la ULAC, o sea la Unión Latinoamericana de Ciegos. La ONCE no fue ajena a la misma. Al contrario, se implicó de tal manera que apoyó sin ambages la iniciativa y mucho contribuyó a lograrla, tanto en el aspecto económico como, en lo que más nos importa, el ideológico.

Antonio, presente, junto a otros miembros de su equipo en la asamblea que creó el organismo en Mar del Plata, Argentina, expresó lo siguiente: «Para la ONCE, el haber participado en el proceso de unificación de las organizaciones regionales latinoamericanas que trabajan en el sector de la deficiencia visual, es un compromiso y una satisfacción que se realiza desde dos fundamentales perspectivas.

En primer lugar, la ONCE, por su propia estructura y por su propia esencia, está convencida de que, únicamente con la unidad de esfuerzos de los ciegos y de los trabajadores que desempeñan labores en servicios a ellos prestados, se podrá conseguir la plena equiparación de oportunidades de los ciegos, en los distintos contextos sociales, económicos y políticos.

En segundo lugar, la ONCE actúa en el área latinoamericana con un sentido de exclusivo interés mutuo, nunca desde posiciones paternalistas o de cooperación externa.» Lamentablemente, por falta de tiempo, no podemos analizar todo su discurso (que no es largo, por cierto) y que no tiene desperdicio. Pero sí queremos poner el acento en otro concepto así expresado: «Tenemos la claridad de concebir la unidad como un instrumento, y únicamente con el cambio de la dinámica de las organizaciones internacionales, con la elaboración de unas estrategias y de unos planes de trabajo concretos, podremos lograr los objetivos de integración y de emancipación de los ciegos por los que todos luchamos».

Para hacer realidad ese apoyo de la ONCE a América Latina, se crea el Fondo de Cooperación y se lo dota, en su primera edición de quince millones de pesetas. Para nosotros, más importante que el dinero fue la filosofía en base a la cual se haría llegar la ayuda a las instituciones del continente.  Antonio y la ONCE junto a él, buscaron apoyarse en dirigentes e instituciones del propio continente y trabajaron basándose en el respeto mutuo, la comprensión y la solidaridad. Y abriéndole las puertas a todo el mundo. A las instituciones de ciegos y a las para ciegos. A los técnicos y a los dirigentes, fueran ciegos o videntes. Limando asperezas y con unos fundamentos auténticamente democráticos y participativos.  En abril de 1987, se reúne en Santo Domingo el Comité Ejecutivo de ULAC. Antonio asiste junto a otros dirigentes de la ONCE que él quería implicar en la tarea. De paso, se celebra también una reunión del Fondo de Cooperación, ya que Antonio buscaba siempre evitar gastos excesivos y aprovechaba cualquier coyuntura para celebrar dichas reuniones y no cesaba de repetir que los recursos siempre son escasos y debíamos optimizarlos al máximo. En el acto de inauguración de esa reunión del Comité Ejecutivo de ULAC, Antonio pronunció un discurso que tampoco tiene desperdicio, pero nos limitaremos a citar los párrafos finales:  «No quiero terminar sin expresar nuestra apuesta y nuestra esperanza en la capacidad de lucha, en la capacidad crítica de este continente; en la seguridad de que, cuando nos reunimos y hacemos este tipo de trabajo no lo estamos haciendo en función de intereses personales, sino en función de los intereses de un amplísimo sector de personas que viven en unas determinadas limitaciones, en unas condiciones de marginación todavía no superadas. Y también, en la convicción de que no sólo hacemos esto en beneficio de los ciegos, sino en beneficio de un cambio social más profundo, que haga de nuestra sociedad un modelo más satisfactorio, más rico y más plural en cuanto a las personas que lo componen.»  Finalmente, permítanme decir (…) que cuando venimos a Latinoamérica, aunque sea por muy poco tiempo, lo hacemos con la seguridad de recargar nuestras pilas en el vitalismo, en la esperanza y el compromiso común de que nuestros lazos culturales son, en el caso de los ciegos, todavía más fuertes, todavía más estrechos, todavía más esperanzados».  Y éstas no son meras palabras de compromiso, al contrario. En esa entrevista que citáramos al comienzo, y hablando de la actuación de la ONCE con respecto a Latinoamérica dijo: «Creemos firmemente que esta cooperación puede hacerse en una filosofía de ida y vuelta, es decir, que todo lo que se consiga crear para América Latina, también favorezca a los ciegos españoles y a la propia ONCE».  Me veo en la necesidad de señalar que este pensamiento no fue del todo comprendido por algunos dirigentes ciegos latinoamericanos y, lamentablemente, Antonio no tuvo tiempo de demostrarlo en vida y, más lamentablemente aún, no lo siento presente en estos momentos.  Mi pasado latinoamericano se arruga y se entristece cada vez que oye decir que es muy difícil trabajar en América Latina, porque hay muchas instituciones, porque los ciegos están divididos y porque ni siquiera hay estadísticas…  ¿Acaso las había en 1985? No. Por supuesto que no. Pero las fuimos elaborando durante 1985, 86 y 87 a través del trabajo realizado desde el Fondo de Cooperación. Y las actas de las reuniones del Fondo, así lo pueden demostrar. Y tan malas o equivocadas no serían, cuando en 1988, durante la II Asamblea Mundial de la UMC, me encontré, en boca de otros dirigentes internacionales, los mismos porcentajes, cifras y estadísticas que yo misma había elaborado…

En fin, sea como sea, confío y seguiré confiando en que algún día, el pensamiento de Antonio se abra camino y vuelva a constituir la base sobre la que se sustente la auténtica cooperación «de ida y de vuelta» como él la calificaba. Y ésta es, entre otras, nuestra responsabilidad: difundir su pensamiento (plenamente vigente aún), para que Antonio Vicente Mosquete no se limite a ser el nombre del CRE de Madrid.

 

Muchas gracias.

Carmen Roig

Madrid, 11 de junio de 1998.