La libre expresión de las ideas (Perfiles 1, octubre de 1985)

Por Antonio Vicente Mosquete

 

En algunas ocasiones he di­cho —y comprendo que con ello no he descubier­to precisamente el Medite­rráneo— que el sistema democrático va mucho más lejos de la celebración de elecciones perió­dicas y del establecimiento de una estructura orgánica que asegure el ejercicio controlado del poder. La calidad de la vida democrática se mide sobre todo por la efectividad y la posibilidad que los miembros de una comunidad tengan para el ejercicio de las libertades básicas, de pensamiento, de expresión de las ideas, de asociación, de reunión…

Dije también alguna vez que la simple lectura del Capítulo 2º del Título I dela Constitución, me pro­dujo una sensación bastante difícil de definir, pero que tenía algo de placer casi físico, sólo explicable en quienes por tanto tiempo había­mos andado ayunos de esas «libertades formales» y que en nuestra abstinencia habíamos idealizado.

Hoy, algo más viejo, pero seguramente tan proclive a la utopía como entonces, pienso, que más allá de la estructura y de las libertades formales, una convivencia democrá­tica sólo se asienta firme e irreversiblemen­te sobre el sustrato de una conciencia clara de las ra­zones de la pertenencia a un grupo y sólo se desa­rrolla en una atmósfera que contenga niveles sufi­cientes de tolerancia, antidogmatismo, capacidad crí­tica y autocrítica, disposición para el diálogo… En suma, elementos que no se han dado precisamente bien por estas latitudes a lo largo de nuestra historia y que, además, no pueden ser difundidos por de­creto o por normas administrativas.

Una nueva revista, esta vez de información institucional y de opinión, no puede ser la panacea para crear de la noche a la mañana esa atmósfera, pero sí es un instrumento necesario y un elemento democratizador más. Por eso, ya desde los primeros me­ses de funcionamiento del Consejo General, se de­cidió la creación de una revista de opinión, la cual, después de mu­chas vicisitudes y vericuetos admi­nistrativos parece venir a desembo­car en esta PERFILES que ahora na­ce. Por cierto, que la oferta de pu­blicaciones periódicas dela ONCEhabrá de ir ajustándose a las de­mandas reales y depurándose en el próximo futuro. En cualquier caso, no parece discutible la necesidad de una revista de actualidad de perio­dicidad semanal, un órgano de di­vulgación hacia el exterior, de las actividades dela ONCEy un órga­no de información institucional, debate y opinión como el que ahora se pone en marcha.

El caso es que cualquier naci­miento es siempre una excusa para la esperanza, una encrucijada en­tre el mundo dúctil, encantado, a veces poético de las ideas y los proyectos y la esfera árida, empobre­cida, en ocasiones confusa de la dura realidad. Por si estuviéramos a tiempo, desde esta atalaya de incertidumbre y esperanza, puede tener sentido expre­sar todavía qué esperamos de PERFILES.

Espera el Consejo —y estoy convencido que lo es­pera la mayoría de los afiliados— que la revista co­mo vehículo de información institucional, sea un ins­trumento neutro y en ningún caso esté al servicio de la propaganda de quienes en cada momento ejer­zan las responsabilidades del gobierno y la gestión dela ONCE.

Esperamos todos que, más allá de los sim­plismos y de la improvisación que en oca­siones comporta el medio de expresión oral, la revista sea un foro para el debate matiza­do y profundo sobre los grandes problemas que afectan al futuro de los ciegos en este país.

La revista debe asumir el compromiso de estimu­lar y encauzar la libre expresión de las ideas, dentro del respeto a las posiciones discrepantes.

La ONCEen estos últimos años ha experimenta­do una profunda transformación en su envergadura comercial, en su proyección externa y en su dinámi­ca que ha influido directamente en la mejora de las condiciones de vida de sus afiliados y trabajadores. Se ha avanzado en la solución de importantes pro­blemas aparcados durante demasiado tiempo y aqué­llos que quedan pendientes todavía, no se ocultan ni se enmascaran y tendremos que abordarlos, entre todos, con madurez y con equilibrio.

Sin embargo, existen algunos síntomas preocupantes que no pueden escapar a nuestro análisis crítico , a pesar de esa cierta anestesia que comporta el ejercicio de responsabilidades y contra la que permanentemen­te tenemos que luchar: la tendencia a la descalifica­ción y al maniqueísmo, el sectarismo, el revanchismo, siempre larvados en muchas de las manifesta­ciones institucionales y que a veces emerge, espec­tral, en medio de nuestra convivencia. Otra preocu­pación, solamente un tercio de los afiliados partici­pan realmente y se benefician de la actividad dela Organización.

Ya sé que alguien calificará esas preocupaciones de etéreas y probablemente lo sean en comparación con los cuadros retributivos y los niveles de ingresos me­dios de nuestros trabajadores, pero estoy bastante convencido de que todo lo que podamos hacer por ahuyentar nuestros «demonios institucionales» y por hacer una institución para todos, tiene un valor in­calculable para aclarar el horizonte de futuro dela Organizacióny su propia viabilidad a medio plazo.

Conviene decirlo ahora que se aproxima un proceso electoral en nuestra entidad, ahora que el espíritu sectario puede verse alentado en la lucha legítima por ganar voluntades y votos, ahora que la tentación puede ser todavía más fuerte.

Personalmente —y también como un contenido esencial de mis funciones como presidente del Con­sejo— vengo luchando, en la medida de mis posi­bilidades por ese objetivo lejano, pero preciso —al­guien dirá quimérico— a pesar del coste inmediato que esa lucha pueda comportar. En ese sentido, es­pero que esta revista sea parala Organizaciónun alia­do del futuro.